Ser ciudadano es tener conciencia del lugar y a la vez, haber asumido nuestra ubicación en el protagonismo de los asuntos cotidianos del mismo.
O, dicho de otra forma, la ciudadanía es de nuestra circunstancia, de su asunción responsable y abierta, en tanto que la identidad es del gobierno de nuestro ser; del permitirnos ser en relación de armonía con el otro, sin fronteras.
Ciudadano del lugar, ciudadano del mundo
El asunto estriba, según creo entrever, en poder construir una ciudadanía que, superado el marco nacional, haga que el individuo que la vista, permanezca siendo persona y no tomo de ésta lo peor: creer que el que está del otro lado de la línea es un bárbaro, ajeno a toda consideración de respeto y comprensión.
Consiste, creo yo, en buscar “trabajar” esos aspectos mezquinos que se encuentran en el interior de cada uno de nosotros y que si dejamos que prosperen –desactivando nuestra reflexión crítica-, devienen en etnocentrismos y actitudes bárbaras, excluyentes del otro y refractarias, pues, de todo atisbo de búsqueda de complementación con aquel.
No es ocioso en este tramo de nuestra reflexión, volver nuestra mirada hacia Rousseau, cuando en la primera versión o también llamado Manuscrito de Ginebra, nos legara el recordado Contrato Social, con aspectos sustantivos que aun hoy tienen plena vigencia, más allá de las críticas, respetables y a veces en nada ociosas que continúa recibiendo.
Pero lo cierto es que este sujeto tan peculiar, tan profundo en pensamiento, tan turbado en vida y merecedor de las más variadas miradas, dijo cosas que deben ser recordadas.
Continúa diciendo Rousseau lo siguiente: “El sentimiento de nuestra debilidad viene menos de nuestra naturaleza que de nuestra codicia: nuestras necesidades nos acercan en la medida en que nuestras pasiones nos dividen, y cuanto más enemigos nos hacemos de nuestros semejantes (y aquí está aludiendo a Hobbes, recordémoslo), menos podemos prescindir de los mismos.”
Para agregar: “Tales son los primeros lazos de la sociedad general; tales son los fundamentos de esta benevolencia universal (en alusión a Pufendorf) cuya reconocida necesidad parece sofocar el sentimiento de la misma, y cuyo fruto cada cual querría recoger sin estar obligado a cultivarlo. Porque en cuanto a la identidad de naturaleza, su efecto es nulo al respecto porque resulta ser tanto objeto de querella como de unión, y provoca tan frecuentemente entre los hombres la competencia y los celos como la buena inteligencia y el acuerdo.”
Las cadenas que merecen ser creadas
Esta estupenda traducción y recopilación de escritos políticos de Jean-Jacques Rousseau, obra del catedrático español, y amigo, José Rubio Carraced, merece leerse con detenimiento y en su totalidad porque ciertamente refresca y alienta una reflexión indispensable en nuestro mundo actual, toda vez que queramos una mejora sustantiva en la vida digna del ser humano.
Quizá, si recordamos una sola frase más, quede esto aclarado. Al comienzo delPacto Fundamental, en el capítulo tercero, dice lo siguiente: “El hombre ha nacido libre y, sin embargo, por doquier está encadenado. Se cree el dueño de los demás y no deja de ser más esclavo que ellos.”
Recordar además, que es decir el recordarme a mí mismo también, que el ciudadano admite la diferencia pero no la desigualdad, contra la que debe –debemos- luchar a fin de erradicarla.
Y eso comienza hoy y recomienza mañana.
La tarea es permanente pues se trata de forjar un hombre nuevo, es decir, un hombre libre que pudo apagar sus miserias resaltando lo sublime que lo humano tiene en sí: su complementariedad con la otra persona y así, de dos, de a tres, todos juntos, codo con codo, forjar una vida tan digna como merecedora de ser vivida.
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