De la misma forma, y a raíz de los recientes homenajes a Blanchot aparecieron numerosos artículos en publicaciones diversas en los que se intentaba reconstruir y criticar el discurso de la subjetividad de origen humanista. Además, el humanismo ha estado ligado siempre al problema de la modernidad, por lo que cualquier revisión de esta que se precie no puede evitar la definición del humanismo y una confrontación detenida de sus principios constituyentes. En realidad, lo que se plantea en todos estos trabajos es la posibilidad misma del humanismo, un humanismo que sigue conservando la fuerza seductora que le imprimió tal carácter en el siglo XVI y que lo ha mantenido exangüe pero vivo hasta el día de hoy. ¿Cuál es el tipo de humanismo que es válido en el mundo de hoy?, ¿qué queda del humanismo original que valga la pena?, ¿qué hay de necesario de este humanismo penitente para el hombre del siglo XXI?. Estos son ejemplos de algunas de las preguntas que autores como Tzvetan Todorov y Edward H. Said intentaron contestar en sus últimos trabajos sobre el humanismo. El humanismo sigue, pues, de actualidad.
Hemos visto que, desde su agresiva entrada en los debates acerca de la renovación cultural de finales del siglo XV y principios del XVI, el humanismo se caracteriza por su confianza en el establecimiento de un método intelectual que se proponía como superior al de las otras disciplinas académicas. Esta confianza lleva, primero, a cuestionar la primacía de la escolástica en las universidades españolas y, después, a intentar un movimiento expansivo por medio del cual el humanismo, con su confianza ilimitada en los poderes de la filología y la crítica histórica, se convertiría en el eje alrededor del cual se habrían de construir los discursos de las restantes disciplinas. La labor lexicográfica de Nebrija en los ámbitos del latín, el romance, la medicina, la ciencia o el derecho es uno de los pasos decisivos para la ejecución de esta estrategia.
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